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El cuerpo no tiene apuro

la lentitud como forma de inteligencia
24 de octubre de 2025 por
El cuerpo no tiene apuro
FUNGISHOP
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Vivimos en una época que idolatra la inmediatez.

Queremos resultados en minutos, respuestas automáticas, cambios visibles ya.

Y sin darnos cuenta, trasladamos esa lógica a todo: al trabajo, a los vínculos, a la salud.

Incluso al cuerpo.

Nos enseñaron a pensar el cuerpo como una máquina que debe rendir, responder, corregirse rápido.

Pero el cuerpo no opera bajo las leyes del algoritmo:

el cuerpo es materia viva, y la materia tiene su propio ritmo.

La lentitud del cuerpo

El filósofo Byung-Chul Han, en El aroma del tiempo, dice que la sociedad contemporánea perdió la capacidad de demorarse.

Todo se mide en función del rendimiento: lo que no produce, parece no tener valor.

Y sin embargo, lo vivo —lo verdaderamente vivo— necesita tiempo.

Las células se regeneran lentamente.

El sistema nervioso aprende con repetición y pausa.

La microbiota intestinal tarda semanas en estabilizarse.

El colágeno, meses en renovarse.

Nada en el cuerpo sucede en 24 horas.

El tiempo del proceso

Por eso cuando alguien dice “no me hace efecto la melena” o “no noto cambios con el reishi” a los diez días, lo que suele estar fallando no es el adaptógeno.

Es la expectativa.

La creencia de que todo debe responder a la velocidad de lo digital.

Pero los adaptógenos no hackean el cuerpo, lo acompañan.

Y acompañar lleva tiempo.

El cuerpo, cuando empieza a regularse, no se acelera: se ordena.

Y ese orden es invisible al principio: dormís un poco mejor, tenés menos hambre emocional, menos enojo.

Parece poco, pero es el inicio de algo más profundo: el cuerpo volviendo a su propio compás.

La lentitud como forma de salud

Quizás la verdadera revolución no sea la productividad ni el control, sino la paciencia biológica.

Volver a confiar en que el cuerpo sabe.

En que si le damos descanso, alimento real, y espacio, hace lo que tiene que hacer.

Byung-Chul Han dice que lo opuesto al cansancio no es la eficiencia, sino la contemplación.

Y tal vez ahí esté el punto: observar el proceso, en lugar de apurarlo.

Porque los hongos también lo saben

Un hongo puede tardar semanas en crecer, meses en desarrollarse bajo tierra, antes de mostrarse.

Y cuando lo hace, no es un milagro: es consecuencia de una red que estuvo trabajando en silencio.

Así también funciona el cuerpo.

La regulación no es un golpe de suerte, es un proceso biológico coherente.

Y los adaptógenos, en su sabiduría, sólo nos recuerdan eso:

que la salud no se acelera, se cultiva.

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